Conocer, creer o no creer en Dios
- María del Carmen Az-Zahra
- 1 nov 2015
- 3 Min. de lectura

Les voy a copiar un texto que encontré que para mí es sapiencial e idóneo para lo que quiero expresar.
Hace tiempo, recuerdo que dentro de un contexto de experiencias, todas de la misma índole, que era un proceso interno el que está viviendo, algo normal en todos los hombres y mujeres, que entonces no supe comprender pero que posteriormente entendí y me facilito mucho la comprensión en mí misma, tuve un sueño donde me ví en un lugar en el que no quería estar,, pero querían que estuviese ahí, y lo entendí y fluí con lo que tuviese que ocurrir, entre muchas cosas, que prefiero omitir, vivencie la experiencia con alguien una mujer que conocía y en su momento apreciaba muchísimo, y ví de donde procedía, ví su Ser, con una luz blanca hermosa, era como lo que hacía años estudié <<la flor de la vida>>, y después me señalaron que aquel hombre que estaba viendo y yo pertenecíamos a otra forma, ya que era de otro color, entonces, pensaba que aquel hombre, era la persona que conocía, posteriormente comprendí, que él la forma era mi animus, y me enseñaban de donde procedíamos para que fuese comprendiendo.
Tenemos conceptos muy errados, y cada paso ha de ser fluído en comprensiones, porque si en el piso cuarto estamos confusos y liados, no podremos ir al siguiente, ya que el posterior ha de ser visto con buena visión.
A continuación les copio el texto: odiseajung.com
Recordemos una emisión de la BBC de 1959, cuyo título era “Cara a cara”. En ella, Jung respondió a la pregunta: “¿Cree usted en Dios?” con las siguientes palabras: “No necesito creer en Dios; Lo conozco” A raíz de esta respuesta, Jung recibió innumerables cartas; algunos de los remitentes compartían su creencia; otros declaraban no creer en “Dios”, y otros preguntaban lo que significaba la palabra “Dios”. No pudiendo contestar a tan extensa correspondencia, J ung expresó sus criterios en la siguiente carta dirigida a The Listener (21 de enero de 1960):
Muy Sr. mío:
Todas las cartas que he recibido recalcan mi supuesto “conocimiento” (de Dios) [en “Cara a cara”, The Listener, 29 de octubre]. Mi opinión acerca del “conocimiento de Dios” no es convencional, por lo que comprendo que haya podido insinuarse que no soy cristiano. Sin embargo, yo me considero cristiano porque me apoyo enteramente sobre conceptos cristianos. Solo que intento esquivar sus contradicciones internas adoptando una actitud más modesta, que toma en consideración las vastas tinieblas de la mente humana. El cristianismo, como el budismo, manifiesta su vitalidad mediante una evolución constante. Nuestra época exige sin duda ideas nuevas a este respecto, y no podemos seguir pensando como en la antigüedad o en la Edad Media cuando abordamos la esfera de la experiencia religiosa. No afirmé en la emisión: “Dios existe”, sino “No necesito creer en Dios; lo conozco”. Ello no significa: conozco a un dios particular (Zeus, Iehová, Alá, la Santísima Trinidad, etc.), sino: sé inequívocamente que me hallo ante un factor desconocido en sí mismo, al que llamo “Dios” en consensu omnium (“quod semper, quod ubique, quod ab omnibus creditur“), Lo recuerdo y Lo evoco siempre que Lo nombro cuando me invade la ira o el miedo, o siempre que, involuntariamente, exclamo: “¡Dios mío!”. Ello ocurre cuando me hallo frente a alguien o algo más fuerte que yo. Dios es un nombre idóneo para cualquier emoción arrolladora que brote en mi sistema psíquico, avasallando mi voluntad consciente y usurpando el control de mí mismo. Con este nombre designo todo cuanto surge en el camino de mi albedrío violenta y ciegamente, todo cuanto desbarata mis ideas, proyectos e intenciones y altera el curso de mi vida para bien o para mal. De acuerdo con la tradición, doy a la fuerza del destino (tanto en su aspecto positivo como negativo, y por no someterse a mi control) el nombre de “dios”, o “dios personal”, ya que soy casi mi destino, sobre todo cuando éste toma la forma de la voz de la conciencia, un vox Dei con el que puedo incluso conversar y discutir. (Obramos así sabiendo lo que hacemos. Somos a la vez sujeto y objeto). No obstante, sería una inmoralidad intelectual pretender que mi concepto de dios es el Ser universal y metafísico de las confesiones y filosofías. Tampoco cometo una irreverente hipóstasis ni afirmo con arrogancia: “Dios es necesariamente bueno”. Tan solo mi experiencia es buena o mala. Además, sé que la voluntad suprema trasciende la imaginación humana. Dado que conozco la existencia de una voluntad suprema en mi propio sistema psíquico, conozco a Dios y, si me atreviera a cometer la ilegítima hipóstasis de mi imagen, añadiría: un Dios más allá del bien y del mal, que reside en mí mismo y en todas partes: Deus est circulus cuius centrum est ubique, cuius circumietentia vero nusquam.
Carl Gustav Jung
Zürich
Kommentare